La crisis sanitaria provocada por el COVID-19 ya lleva dos años y 19 días, contando desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró formalmente el estado de pandemia. Luego, con el transcurrir de los meses se agregaron otras definiciones como la del long COVID, o COVID prolongado, que son un conjunto de síntomas que algunas personas manifiestan tras la enfermedad, y también la fatiga pandémica. Este último concepto fue instaurado por la entidad internacional para referirse a la reacción ante las prolongadas medidas y restricciones generadas por la pandemia de COVID-19.
Los expertos vieron con el transcurso de los meses un agotamiento que generan las numerosas restricciones a la circulación —ya superada en la mayoría de los países—, la necesidad de cubrirse con un tapabocas —sobre todo en espacios abiertos—, mantener la ventilación cruzada en los ambientes y la vacunación —que en muchos casos ya va por la cuarta dosis—.
La fatiga pandémica se puede manifestar en cansancio, agobio con la rutina que ha implicado la pandemia que puede degenerar en estados de desesperanza ante el futuro, ansiedad, sentimiento de soledad, entre otras, que llevan, en definitiva, a bajar los brazos en cuanto a los cuidados para evitar los contagios.
“La pandemia no se ha terminado porque el virus es nuevo para el ser humano, todos éramos susceptibles a enfermarnos por el nuevo coronavirus, nadie tenía en su sistema de defensas algún rastro que pudiera proteger la llegada del nuevo invasor. El mundo está comunicado de tal forma que una persona puede llegar a cualquier parte del mundo en 36 horas, pero también el mundo está dividido en países que decidieron manejar la crisis de diferentes formas”, explicó el médico internista e infectólogo mexicano Francisco Moreno Sánchez, en un artículo del diario Reforma.
El especialista consideró que “el descubrimiento de variantes es como la alarma sísmica, la escuchas, llega el miedo, sabes que va a ocurrir y solo esperas que suceda. La ciencia está teniendo un papel similar, el encontrar variaciones del virus, reinfecciones, diferencias en la duración de la protección que brindan las vacunas, las cuales, por ciento, no son iguales para todas y tienen variabilidad dependiendo del estado inmunológico de la persona”, dijo. Todo esto constituye una alarma que “una vez que la escuchas ya sabes que viene, pero solo te da unos segundos para prevenirte antes de la llegada de un pequeño temblor o un mortífero terremoto”.
El fuerte aumento de casos provocado por la variante Ómicron de coronavirus desde noviembre pasado, que generó una nueva ola en los primeros meses de este año, fue otro hito para la salud mental y acentuó algunas situaciones personales previas. “Ómicron rompió con la ilusión de que estábamos saliendo de la pandemia —dijo a Infobae Alicia Stolkiner, profesora titular de la cátedra de Salud mental y Salud pública de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires—. Casi no dejó a nadie sin afectar de manera directa o indirecta. Hay agotamiento frente a la situación y desaliento y han aumentado mucho las consultas por cuadros de ansiedad y ataques de pánico”, afirmó la psicóloga.
En tanto, hay personas que pueden no tener secuelas por la infección o aún no se han contagiado y padecen algún grado de fatiga por el tipo de vida que hay que llevar en el contexto de la circulación del coronavirus, más allá de que no haya confinamientos como durante la primera etapa de la crisis.
“La primera etapa de la pandemia produjo una convulsión social por los confinamientos y las diferentes restricciones. Aumentaron los cuadros de estrés, y hay gente que le cuesta recuperarse. La visión de la apertura en el futuro no es suficiente. Sienten que nunca se alcanza el fin y están como agotados”, afirmó a Infobae el doctor Marcelo Cetkovich, psiquiatra y director médico de INECO.
La pandemia llevó a gran parte de la humanidad a vivir como en un estado de “semi-reposo”, señaló. “Muchas personas pasaron a tener más reuniones virtual o a trabajar de manera remota. Fue deshabituación del ritmo de vida y ahora cuesta retomar al ritmo anterior”, agregó Cetkovich.
Por su parte, el doctor Moreno Sánchez señaló una responsabilidad de la dirigencia de los países en la continuidad de la pandemia, pero también instó a las personas en forma individual a continuar sumando su esfuerzo para superar esta crisis mundial.
“La pandemia ha continuado porque las diferencias económicas que existen en el mundo propician que en algunos sitios del planeta los habitantes de naciones del primer mundo reciban la cuarta dosis, mientras que en otros lugares menos del 15% están vacunados. Para el 28 de marzo del 2022, se habían aplicado un total de 11 mil 119 millones de dosis en el mundo, pero solo el 14,5% habitantes de países de bajo ingreso han recibido una dosis”, dijo el doctor Moreno Sánchez,
El experto advirtió que “la enfermedad persiste porque en muchos países la pandemia resultó en un obstáculo para la realización de proyectos materiales porque el virus quitó los reflectores de los gobernantes que se olvidaron, por ciento, de que la salud era prioridad. La COVID-19 ha sido una incomodidad, en lugar de ser un reto para cuidar, proteger, y educar a la población que los eligió para eso, para proveer de los recursos necesarios que les pudieran permitir mantenerse a salvo ante este tsunami”.
Pero por otro lado, reconoció que “estamos fatigados todos, pero la única forma de lograr entrar a una fase endémica es poner en práctica lo que a muchos les cansa, el cubrebocas, la ventilación, las reuniones pequeñas, las vacunas. A otros hay que avisarles que después de un año y 3 meses pueden dejar de usar las vacunas y los medicamentos contra la enfermedad como un instrumento político, que la salud es un derecho natural, no electoral”.
“El triunfo sobre la enfermedad no depende de que nos quitemos el cubrebocas en espacios cerrados, tampoco ocurre por decreto de un discurso político. La verdadera victoria consiste en seguir evitando enfermarnos y de esta manera proteger a los que nos rodean”, agregó.
“Según cifras por exceso de mortalidad en el mundo, se calcula que más de 18 millones de seres humanos han fallecido por esta pandemia, les aseguro que ellos preferirían estar fatigados”, concluyó el experto mexicano.
Estudios sobre la problemática encabezados por Carisa Parrish, especialista del Centro Infantil de la Universidad Johns Hopkins y codirector del programa de psicología médica pediátrica la misma entidad están permitiendo brindar información sobre cómo los padres y tutores pueden ayudar a los niños y adolescentes a esperar los meses restantes de la pandemia y proyectando tiempos mejores.
La pandemia supuso romper las relaciones sociales con iguales y con la familia ampliada, dos de los ámbitos clave para el desarrollo infantil. Si a esto se suma el estrés y la incertidumbre familiar en lo social y en lo económico, la situación de angustia y miedo de las niñas y niños incrementa. Como consecuencia, hay más incidencia de problemas de salud mental como ansiedad, depresión y síntomas relacionados con el estrés.
En muchos casos, esta situación se ha visto empeorada por la enfermedad o pérdida de seres queridos. A corto plazo, se han producido crisis de ansiedad, alteraciones del sueño, la alimentación y el ejercicio físico. La modificación de estas rutinas puede afectar al desarrollo en edades muy tempranas, pudiendo producir, incluso, cambios más duraderos. Además, niñas, niños y adolescentes perdieron durante mucho tiempo la socialización escolar. Este se ha desnaturalizado y se ha llenado de elementos artificiales (mascarillas, geles, distancia…) cuyo uso que recién ahora están comenzando a flexibilizarse.
Fuente infobae