Alejandro Usaro se recuperó de un cáncer de colon. Debido a su salud, quedó sin empleo y temía por el futuro de Radames, su perro, que no se movió de su lado durante su enfermedad. Recibió ayuda del Refugio Aprani para darle de comer. Hoy revirtió su estado de salud y adoptó a Sasha, una mestiza de cuatro meses
Fue un dolor tan fuerte como su una espada lo hubiera cortado en dos el que dejó a Alejandro Usaro doblado en medio de su cocina. No sabía qué era, pero se asustó. Un poco aturdido, llegó al Hospital Gandulfo para averiguarlo mientras en su casa de Banfield lo esperaba ansioso Radames, su querido perro negro de poco más de tres años, al que había adoptado unos meses antes.
Le hicieron una serie de estudios y el resultado lo heló: cáncer de colon. Las sensaciones de ese instante no las conocía, no supo qué sentir ni qué pensar, pero se puso en manos de los médicos y creyó que pasaría lo que debería pasar, ni más ni menos.
“Recordar eso me emociona por todo lo que pasé”, le admite a Infobae y dice que su mayor preocupación llegó cuando debido a su estado de salud se quedó sin trabajo. “Llegó el momento en que tuve que pedir ayuda y Alicia, la dueña y veterinaria del refugio Aprani, donde adopté a mi perro, vino a visitarlo y me encontró muy enfermo. Y ahí le conté lo que me pasaba”, revive.
La mujer no dejó pasar esa necesidad, sobre todo, porque pese a su mal estado físico, Alejandro jamás pensó en deshacerse de su amado can. Pidió socorro a través de las redes sociales del refugio para que el hombre pudiera solventar todos los gastos y también cuidar a Radames.
“Majo, una gran amiga, me ayudó con él cuando estuve internado. Venía a casa, le daba de comer, lo sacaba a pasear. Él nunca me dejó solo, es un amigo de fierro”, lo describe emocionado.
Luego de las dos operaciones que le hicieron en el Gandulfo y en las que le extirparon 16 nódulos malignos del colon, Alejandro quedó internado. “Estaba anémico, muy mal. No sabía qué iba a pasar”, recuerda el hombre de 52 años, que en su momento crítico pensaba en su hijo Gerónimo de 14 años para tomar fuerzas. Se recuperó.
Luego debió afrontar la quimioterapia. “Fueron siete sesiones, una cada tres semanas y fueron todas terribles, me destrozaban, pero era lo que había que hacer”, admite y cuenta orgulloso: “Llegaba muy mal y me tiraba en la cama, no podía hacer otra cosa, y ahí saltaba mi perro y se quedaba quietito a mi lado. Hasta que yo no me levantaba casi ni se movía, es un amigo, es compañero, nunca me dejó solo ni tirado. Siempre me cuidó y dio fuerzas. Cuando podía iba caminando hasta la esquina, buscaba alguna changa para hacer unos pesos y mi perrito siempre a mi lado”.
Emocionado, también agradece: “Nunca me hicieron una nota y necesito este momento para agradecer a todo el equipo médico de oncología que me atendió, en especial a la doctora Coeli, mi médica, que me salvó la vida”.
Al terminar esas sesiones, siguieron una serie de estudios y análisis clínicos para chequear cómo estaba su salud y para sorpresa de todos, se recuperaba de manera sorpresiva y muy bien. “El cáncer se fue. En la última tomografía ya no salió nada de esa porquería… Sabés que nunca lo nombré, no sé si decirlo, pero nunca le di bola, no le presté atención pensando en qué tenía. Yo sabía que me iba a curar, ya pasó un año y estoy bien, no siento nada”, asegura.
Alejandro venció al cáncer y siguió en contacto con el refugio que rescató a su perro. Casi en agradecimiento a ellos y a la vida, regresó.
“Fui a visitar a Alicia, que es una mujer admirable por la tarea que realiza, y viendo a los perritos vi a dos hermanitos que tenían dos meses, y me enamoré de una, Sasha, y la adopté. Como no quería que se quedara el hermano solito, convencí a mi amigo Matías, que me acompañó, y lo adoptó. Para Aprani no tengo más que palabras de agradecimiento porque me ayudaron a darle contención de Radames y armaron una cadena solidaria y hubo mucha gente que colaboró desde distintas partes del país, les estoy eternamente agradecido”.
Como Alejandro no usa las redes sociales —”me quedé en el tiempo”, dice—, no supo de primera mano el apoyo amoroso e incondicional que tuvo y cómo repercutió su caso.
A los pocos días de adoptar a Sasha, consiguió trabajo de lo que ama. “Siempre manejé camiones, amo esa tarea, y volver a hacer me hace mucho bien. Esa perrita me trajo suerte”, se anima a decir.
Desde hace unos meses, Alejandro se siente mejor que antes de que llegara el diagnostico de la enfermedad que se niega a nombrar y dice que “está 10 puntos”, “Vivo con mis dos perritos y salgo a trabajar, pero cuando no pude manejar camiones hice todos los trabajos que pude para no quedarme atrás y seguir estando activo. Por suerte, no me ganó y creo que la fuerza que me dio mi perro también me ayudó en el peor momento, como el mejor de los amigos. Estas cosas hace que uno valore más a los animales que a las personas, ellos nunca te dejan solo, por eso hay que devolverles el mismo amor y nunca, ni en el peor momento, abandonarlos”, finaliza.