Desde lejos parece un Renault de hace 10 o 15 años, pero no hace ruido, ni despide humo; ni siquiera tiene caño de escape. En ambas puertas posee una calcomanía que reza en inglés “Zero Emissions” (cero emisiones). Lo más extraño de todo, es que está enchufado a un tomacorriente de pared.
No es un auto eléctrico convencional, de aquellos que lentamente van ingresando al país y es común ver en Europa o Estados Unidos. Es un viejo Clio Authentique 2004 diesel devenido en eléctrico: no tiene motor ni usa combustible; ni siquiera hay que medir el nivel de aceite.
¿Lo mejor de todo? Los gastos en consumo prácticamente no existen: con unos 100 pesos puede llegar a recorrer 200 kilómetros. Un auto común, que consuma 10 litros de combustible cada 100 kilómetros, para recorrer la misma distancia gasta entre 1.000 y 1.200 pesos.
Lo ideó, proyectó y construyó Oscar Sorrivas, un ingeniero y docente jubilado de Coronel Pringles, convencido de la importancia de las energías renovables, y que desde hace algunos años hace funcionar todo los artefactos eléctricos de su casa en base a la luz del sol, un poco por la conciencia ecológica y otro poco por el aumento de las tarifas.
El proyecto del auto eléctrico comenzó hace no mucho más de 12 meses, después de mucho tiempo de hacer distintos experimentos con energías amigables con el medio ambiente. “Fue una especie de cierre de ciclo”, cuenta a “La Nueva.”.
Investigó, se contactó con asesores internacionales y una empresa china que se provee los equipos para la transformación de vehículos de combustión a eléctricos e hizo traer uno hasta la Argentina.
Consiguió un auto usado, con el motor fundido y se lo sacó, junto con el radiador, caño de escape, alternador y el depósito de combustible, entre otras cosas. La instalación eléctrica para luces, tablero y demás quedó intacta.
Después llegó el momento de ubicar el nuevo motor de 72 volts. Las medidas no fueron una complicación, porque ocupa nada más que 30 centímetros por 15 de base; lo más difícil fue la creación de piezas de tornería para adaptar la caja de cambios al motor, para que funcione en forma directa.
“Uno pone cualquier marcha y sale para adelante; no es necesario ir haciendo cambios. Es una marcha para adelante y otra para atrás”, destaca.
Después llegó el momento de instalar las baterías. Eran seis de 12 volts, 150 amperes y cerca de 50 kilos cada una, conectadas en serie. Para balancear este peso, se colocaron tres en el habitáculo del motor y las restantes debajo del asiento trasero del vehículo.
El proyecto, en total, costó un poco menos de 10 mil dólares, bastante menos de lo que puede costar un vehículo eléctrico cero kilómetro.
“Alcanza los 90 kilómetros por hora, aproximadamente, y tiene una autonomía de dos horas de funcionamiento, por lo que para andar en Coronel Pringles me sobra. Lo dejo cargando de noche, entre seis y siete horas”, explica.
La única condición que había para que la conversión del vehículo funcionase, era que el peso total no superara los 1.000 kilos. Eso sí: después de retirarle el motor e incorporarle las baterías, el peso final superó en 100 kilos al original.
Estas baterías de ácido/plomo soportan hasta 1.500 ciclos de carga, por lo que se puede estimar que su vida útil recién caducaría dentro de unos cinco años. Para ese entonces, posiblemente puedan reemplazarse con otras de litio (o el material que se utilice en ese momento), a un costo menor y mejores prestaciones.
El consumo eléctrico también es para destacar: completar las baterías vacías insume entre 10 y 11kW/h, algo así como 45 pesos; haciendo un cálculo rápido, con esa carga llega a recorrer entre 150 y 180 kilómetros. Y si a eso se le suma que la energía hogareña la obtiene a través de paneles solares, los números cierran por todos lados.
“Entre las contras que tiene el sistema, no se recupera energía con el sistema de frenado (algo que sí ocurre con las de litio); también tuve que deshabilitar el aire acondicionado, así que por el momento he tenido que resignar un poco de confort. Pero ya lo mejoraré”, remarca.
Fuente la nueva