La sobreviviente de la masacre de Napalpí Rosa Grillo, con sus 111 años, no quiere hablar mucho de aquellos sucesos. Juan Chico, exquisito investigador de estos hechos históricos, dialoga con ella hasta que logra que el relato se naturalice.
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Los sujetos históricos, aún aquellos a los que se les ha privado de la palabra usando el miedo como instrumento, siguen construyendo su historia, apelando a la memoria de sus ancestros.
“Aquel avión que apareció en el cielo, parecía que traía regalos, y los ancianos, y toda la población fueron al claro del monte para ver qué era lo que traían”. Era una estrategia para que los indígenas salieran de sus chozas y tenerlos concentrados en una zona despejada para dejar actuar a la policía y a los civiles que se habían sumado a la represión.
La dinámica sociorreligiosa
Esta cruel matanza se inscribe en una compleja trama de hechos simbólicos, políticos, económicos y religiosos.
La influencia chamánica (profética y mesiánica para los pueblos originarios, apocalíptica para los blancos) hizo que creyeran que el poder de las balas fuera ficticio y que al llegar a sus cuerpos se transformarían en objetos de barro. La apreciación era funcional a la violencia concreta que ejercían las clases dominantes que querían apropiarse de las tierras de los originarios y cuyos primeros intentos comenzaron en el siglo XVII, con fracasos estrepitosos. Las campañas fueron más sistemáticas y mejor planeadas en el último tercio del siglo XIX.
Los chamanes (especie de brujos, curanderos y consejeros de la palabra divina) pregonaban un mensaje salvífico, nunca rebelde, y la convivencia pacífica era la predica cotidiana.
A fuerza de plomo, las tierras que siempre habían ocupado los pueblos originarios fueron arrebatadas. Mediante distintas prácticas violentas se llegó a un cenit con la campaña del General Victorica en 1885. El proceso genocida fue aprobado por el Congreso en épocas de Julio A. Roca, quien ya había experimentado otros de apropiación de tierras en la Patagonia en 1879. Ahora bien ¿cuál era la fundamentación filosófico ideológica para usurpar tierras de los qom, mocoví, pilagá, wichi y otros? Veamos.
Hechos fundacionales
El Chaco era considerado un ‘desierto verde’ para los grupos dominantes del Estado nación que se quería armar con un modelo económico según el modelo inglés y francés. Todo lo que no tuviera esta coloración significaba ‘ausencia de civilización’, es decir era un vacío. Por lo que tanto hombres como mujeres que por miles habitaban el Chacú “no existían como sujetos de derecho”. Se los invisibilizó de manera elegante y ‘científica’ para materializar proyectos de apropiación territorial y sobre los ‘nadie’ que habitaban en el monte.
Al tornar invisible la presencia indígena, el ‘desierto’ aparece como lugar ideal para instalar la ‘civilización’ soñada por los Sarmiento, Roca, Mitre.
La fundamentación de los imperialismos europeos, en etapa previa a la primera guerra mundial, no podían quedar desiertos sin ser ‘colonizados’ y si ofrecían riquezas, como el quebracho colorado, la fundamentación ideológica cerraba sola.
También había que transformar el ‘desierto’, por lo tanto había que barrer todo lo que signifique ‘barbarie’. En este contexto, con carga religiosa, económica y política, se inscriben las matanzas de San Antonio de Obligado (en el norte santafesino), Napalpí (1924), El Zapallar (1933) Rincón Bomba (1947), donde miles de indígenas fueron enterrados en fosas comunes, previa quema de sus cuerpos.
Allí donde el aparato productivo del capitalismo visualizaba ‘brazos fuertes que habrán de transformar este desierto’ se efectuaron campañas de escarmiento y no de exterminio. Se necesitaba a los indígenas como mano de obra barata para las tareas de los obrajes primero y las cosechas tiempo más tarde.
A los sobrevivientes se trató de disciplinar mediante la coacción violenta y en ese marco se crean a principios del siglo XX varias ‘reducciones’; Napalpí era una de ellas. Allí las condiciones de trabajo rayaban la esclavitud.
El grito arisco de la rebelión
Cuando los indígenas no soportaron más las indignantes condiciones de trabajo, decidieron cruzarse de brazos y paralizar las tareas de cosecha en los campos que rodeaban a la reducción. Esas tierras habían sido acaparadas por grupos de terratenientes, mediante distintas formas de compra, donde las dádivas eran sinónimo de corrupción, ya que los que los dueños casi nunca cumplieron con los compromisos de colonizar esos terrenos.
El gobernador Centeno en 1924 sólo escuchó los pedidos de los monopolios. Un grupo de 300 policías, con el apoyo logístico de un avión que despegó del aeroclub de Resistencia, más el de algunos terratenientes, se preparó para hacer volver a los indígenas a sus tareas habituales, que sólo enriquecían a los propietarios de los algodonales.
Entonces ocurrió lo que Rosa Grillo no quiere recordar, porque el miedo está metido en sus entrañas y en sus ojos, que vieron cómo se degollaba a mujeres, niños y ancianos, hasta que no hubo un solo movimiento. Orejas y testículos se cortaron para ser exhibidos en Machagay y Quitilipi, para que sirvieran de escarmiento a quienes osaran rebelarse una vez más. Los chamanes con sus mensajes salvadores también cayeron en la represión.
Las tierras confiscadas a los indígenas pasaron a manos fiscales y luego a los terratenientes. Cinco mil tiros acallaron la voz de rebeldía. Entre las tropas policiales no se registró ningún muerto mientras que las bajas indígenas iban desde 200 hasta 500, según quien contara esta historia. Los medios oficiales sólo hablaban de dos bajas entre los pobladores en huelga.
La memoria colectiva ha permitido recuperar este atroz episodio, y desde entonces los pueblos originarios vienen luchando para ser reconocidos como sujetos de derecho, y ser reivindicados como los constructores del Chaco primitivo, cuyos suelos históricamente les pertenecieron.
Fuente diario norte