Deslizamientos y aluviones, erupciones volcánicas y emanación de cenizas, inundaciones, incendios, olas de calor que generan sequías, problemas con materiales tóxicos, terremotos, tornados y tormentas eléctricas, temporales de nieve y heladas, epidemias, brotes y pandemias. Todas estas inclemencias son las enumeradas por el Gobierno Nacional como las mayores amenazas que tiene los argentinos generadoras de catástrofes naturales.
Con sus 2,78 millones de kilómetros cuadrados, la República Argentina abarca un gran territorio con múltiples climas para que se desarrollen todo tipo de eventos climáticos extremos y catástrofes naturales.
Para los expertos, el cambio climático potencia la fuerza de los desastres ambientales.Las frecuentes inundaciones, incendios, sequías y aludes que tuvieron lugar en los últimos años, ratifican que el país no está preparado para enfrentar catástrofes naturales a gran escala, cuando la fuerza de la naturaleza cada vez más cambiante a causa del cambio climático, se hace notar con violencia sobre alguna de las regiones del país.
«En la gestión de riesgos, los equipos de respuesta deben tener presente la importancia de compartir un lenguaje en común que facilite la comprensión mutua y contribuya a hacer más eficiente el trabajo entre los distintos actores antes, durante y después de una emergencia», destacan desde el Ministerio de Salud de la Nación.
En los últimos 50 años el país sufrió grandes inundaciones, terremotos, aludes y tornados que devastaron los hogares de miles de personas y dejaron cientos de muertos.
Terremotos devastadores en San Juan
Por ejemplo, en la mente de los memoriosos es imposible no recordar el terremoto de Caucete, en San Juan ocurrido 1977, el cual tuvo una intensidad de 7.4 grados en la escala de Richter. El sismo produjo daños importantes en casi toda la provincia de San Juan, especialmente en la ciudad de Caucete, en la que murieron 70 personas. El 90 por ciento de la construcción del pueblo no era antisísmica, sino de adobe y paja. El terremoto también causó daños en la zona norte del Gran Mendoza.
Ese terremoto recordó la anterior tragedia ocurrida en San Juan, cuando un 15 de enero de 1944, alrededor de las 9 de la noche, un fatal movimiento sísmico, en apenas 30 segundos mató a casi 10 mil sanjuaninos, es decir, el 10% de los 90 mil habitantes de entonces.
Hubo más de 20 mil heridos y redujo a escombros a más de 13 mil viviendas. Ese letal terremoto dejó a la ciudad en ruinas, por lo que San Juan debió ser luego reconstruida. El sismo había oscilado entre los grados 7,4 y 7,8 en la escala Richter y repercutió en 200 kilómetros cuadrados, que incluían el 95% de la ciudad capital. Entre los daños, se perdieron valiosísimos monumentos históricos, como la casa de doña Paula Albarracín de Sarmiento y la Catedral local.
Sin embargo, la historia de desastres naturales de la Argentina se remonta mucho más allá. Inundaciones, terribles ráfagas de viento, sequías y temperaturas extremas han ocurrido en los últimos 50 años.
Según una encuesta del Centro Regional de Información sobre Desastres (CRID), las diez peores tragedias naturales de la Argentina están encabezadas por un terremoto, un tornado y una temperatura extrema. El organismo, una iniciativa de seis organizaciones que colaboran para informar desastres en América Latina y el Caribe, armó el ranking en función de la cantidad de muertos y de afectados.
En los primeros lugares figuran el sismo sanjuanino de 1944, el tornado que devastó Santa Fe en 1972 y el terremoto de Caucete. Además, la lista se compone de temperaturas extremas (olas de frío o calor), inundaciones, aludes y hasta epidemias de cólera.
Tornados y epidemias en el norte argentino
En 1973, un tremendo tornado destrozó la ciudad santafesina de San Justo. Con el cielo oscurecido, un calor intenso y vientos de hasta 400 kilómetros por hora, murieron 50 personas y hubo más de 500 heridos.
Casi veinte años más tarde apareció un brote de cólera en el noroeste argentino que causó alarma y que hace poner en marcha una campaña de prevención en todo el país. Los primeros casos de cólera fueron notificados en enero de 1992, en comunidades aborígenes del norte de la Provincia de Salta. El número de casos creció al año siguiente más de cuatro veces, alcanzando una tasa de 6,5 por 100.000 habitantes.
Ese mismo año, Córdoba se vio anegada y murieron 34 personas y 450 se quedaron sin hogar. En medio de esos años, ocurrieron largas y grandes inundaciones que afectaron a miles de habitantes, dejando muertos, enfermos y desamparados sin un hogar.
Las más recordadas en el Litoral fueron las ocurridas en Santa Fe entre el 29 de abril y el 3 de mayo de 2003 que afectó a esa ciudad y las localidades aledañas, luego de intensas precipitaciones que venían suscitándose desde unos cinco días antes. Hubo 23 muertos y daños por 1500 millones de dólares.
Pero las más recientes tuvieron lugar en La Plata entre el 2 y el 3 de abril de 2013, con un registro de precipitaciones extraordinarias de más de 400 mm acumulados en cuatro horas. Las lluvias generaron una fuerte inundación en Buenos Aires, en el Gran Buenos Aires y en La Plata, en donde el saldo fue de 89 muertos, aunque se sospecha que el número real podría ascender a los 200.
Sequías
En abril de 2018, la Bolsa de Comercio de Rosario definió a la sequía que arrasaba el centro del país «como la peor de los últimos 50 años».
El por entonces Ministro de Agricultura, Luis Miguel Etchevehere , habló de “pérdidas cuantiosas” por la sequía y que el productor podría compensar los efectos de la misma con un aumento de los precios de los granos y la soja.
Un año más tarde, salió a la luz el informe final de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, donde se detalló que la sequía que afectó al país desde fines de 2017 hasta abril de 2018, fue la peor en 50 años. La cosecha de soja cayó 31% y la de maíz 20%. El costo total fue estimado en una pérdida de USD 5.895 millones.
Por otro lado, hubo impacto de la sequía en la producción de carne vacuna y lechería que utilizan el maíz y la harina de soja como insumo, por lo que hubo un aumento de los costos del orden de los USD 1.000 millones.
Tormentas y tornados
Existen publicaciones internacionales desde el año 2006 y locales desde 2013 que hacen referencia que en Córdoba se dan las tormentas más grandes y extremas del mundo.
Eso motivó en 2012 a científicos nacionales y de Estados Unidos a comenzar a idear un estudio abarcativo y profundo a realizarse en el país por parte de las más altas organizaciones de meteorología del mundo y el ambiente académico para estudiar la génesis y alcances de dichos fenómenos climáticos.
Se trata de los proyectos RELAMPAGO (Remote sensing of Electrification, Lightning, And Mesoscale/microscale Processes with Adaptive Ground Observations, por sus siglas en inglés), que significa “procesos de detección remota de electrificación, rayos y mesoescala / microescala con observaciones de tierra adaptativa” y CACTI (Clouds, Aerosols, and Complex Terrain Interactions, por sus siglas en inglés), que remite a “nubes, aerosoles, y las interacciones del terreno complejo”.
«Las tormentas hay que estudiarlas a partir de muchos elementos. Hay que entender primero el entorno y las características ambientales por las que se forma. Ese entorno, las condiciones del suelo, la topografía, orografía, la forma que tienen las montañas y su disposición en relación al flujo predominante», afirmó Celeste Saulo, investigadora del Conicet y directora del Servicio Meteorológico Nacional.
Y agregó: «Para comprender la dinámica interna de la tormenta, o uno se mete dentro o dispone de radares fijos y móviles doppler, que puedan acompañar su formación y develar qué procesos físicos se dan en el interior para permitir su crecimiento».
Otras amenazas importantes
Existen otras amenazas de consideración en nuestro país, como lo son los deslizamientos y aluviones (el último ocurrió en Villa La Angostura en 2019). Los deslizamientos son ríos de barro, tierra, rocas, limo, arena u otros elementos saturados de agua que arrastran árboles, rocas, viviendas, basura, escombros, vehículos, destruyendo todo a su paso. Es un fenómeno que se puede predecir dónde va a ocurrir (espacio) pero no cuándo (tiempo).
Se producen tras lluvias intensas y prolongadas, deshielos rápidos, por la poca firmeza del suelo y/o como resultado de terremotos o erupciones volcánicas. Sin embargo casi siempre, los deslizamientos son provocados por la acción del ser humano: deforestación en laderas, cerros o montañas; formas inadecuadas de siembra en las montañas; construcción de viviendas en laderas, urbanización y caminos no planificados en zonas de montañas.
Es común observarlos en las provincias que comparten las Sierras Pampeanas, la Precordillera y la Cordillera de los Andes.
Erupciones volcánicas y cenizas
Las erupciones volcánicas son el resultado del ascenso del magma y de los gases que se encuentran en el depósito interno del volcán. Están compuestas por una mezcla de magma, gases volcánicos y fragmentos de roca del cerro o montaña que se rompe.
Los productos de las erupciones pueden manifestarse como flujos de lava, flujos piroclásticos (gas y lava), lluvia de cenizas y emisiones de gas, entre otros. De todos los peligros volcánicos la lluvia de cenizas es la que abarca una mayor superficie y afecta a un mayor número de personas y bienes materiales.
En Argentina, según el Instituto Geográfico Nacional, se registran 37 volcanes activos ubicados en las provincias de Jujuy, Salta, Catamarca, Mendoza, Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz.
En tanto, la lluvia de cenizas puede generar síntomas respiratorios agudos, síntomas oftalmológicos como conjuntivitis y abrasiones de la córnea, e erritación de la piel. Por ejemplo: dermatitis, alergias, entre otros.
Por otro lado, la lluvia de cenizas produce una niebla que reduce la visibilidad, aumentando el riesgo de accidentes vehiculares. La ceniza se puede acumular en techos y producir derrumbes. Además, puede contaminar el agua para consumo humano y causar enfermedades digestivas.
Problemas con materiales tóxicos
Según detallan desde el Ministerio de Salud, un accidente o emergencia química es una situación de peligro que resulta de la liberación de una o varias sustancias que son riesgosas para la salud de las personas y/o del medioambiente. Se trata de incendios, explosiones, liberación de sustancias tóxicas/venenosas, fugas de gas, etc. que pueden provocar lesiones de distinta gravedad, enfermedad, invalidez o muerte. Los daños pueden ser tanto a corto como a largo plazo.
En general estos accidentes pueden ser de origen natural (a causa de terremotos, maremotos, huracanes y erupciones de volcanes) o tecnológico. Los accidentes químicos tecnológicos pueden prevenirse, ya que son provocados por intervención, descuido y/o negligencia del ser humano. Las plantas químicas y otras instalaciones de almacenamiento deben inspeccionarse para su seguridad y cuando sea necesario efectuar reparaciones inmediatamente.
Hay puntos de encuentro entre las inundaciones, los incendios forestales y los aludes, además de convocar a los noticieros bajo el rótulo de «catástrofe»: la ausencia de prevención, la crisis de ordenamiento territorial y la creciente vulnerabilidad de la población o sus actividades económicas frente a inclemencias de la naturaleza que llevan miles de años operando sobre el planeta.
“Un desastre no debe confundirse con el evento climático, meteorológico o geológico que le da origen”, sostuvo el experto Andrew Maskrey en un célebre libro llamado Los desastres no son naturales. Un desastre natural, decía Maskrey, es un proceso económico, social, político y ambiental detonado por un episodio originado en la naturaleza.
Es por eso que las llamadas catástrofes naturales conllevan también en gran parte la falta de prevención, la desmedida agresión que realizamos al ambiente con la creciente contaminación de las aguas, la indiscriminada tala de bosques, la crisis de ordenamiento territorial.