Su hermana Norma contó que en el Chaco sus familiares juntaron plata para que Omar, uno de sus hermanos, y Eda, una prima, viajaran a Buenos Aires a buscar precisiones. Tras varios esfuerzos infructuosos deambulando por distintas reparticiones oficiales, apelaron a una estrategia cinematográfica: Eda se disfrazaba de enfermera y se colaba en los hospitales para tratar de encontrar a Eduardo entre los heridos. Después de unos días el caso tomó publicidad al ser publicado por una revista. Entonces Eda y Omar fueron contactados por el Estado Mayor Conjunto. Pero la información que les dieron no era la que buscaban: «Nos dijeron que si no volvíamos de inmediato al Chaco, mi madre perdería otro hijo, por Omar: lo iban a hacer desaparecer», recordó Norma.
Toda la violencia que la familia Gómez sufrió desde el inicio de la guerra nada tenía que ver con la apacible vida rural que llevaba en la localidad chaqueña de Berthet. Allí Eduardo vivía con su madre, su abuela y varios hermanos en una casa de adobe ubicada en un campo de cinco hectáreas. Su infancia fue alegre y humilde. En el horno de barro cocinaban balines de tierra para cazar pajaritos, que al día siguiente comían en el desayuno.
De naturaleza pacífica, sólo se enojaba cuando perdía River y recibía las burlas cándidas de su abuela boquense. Aunque se llamaba Eduardo, le decían Carlitos por el terror que le tenía a un extravagante vecino llamado Carlos. Desde entonces en el pueblo todos lo conocieron como «Carlos Gómez». En inmensas mesas familiares los Gómez compartían el cerdo y el pan que Eduardo sabía cocinar en el horno de barro. Al terminar el colegio primario se dedicó a distintas tareas rurales, hasta que en 1981 viajó a Corrientes para hacer el servicio militar.
Por fin, a finales de 1982 el Estado confirmó la muerte de Eduardo. «Pero no les creímos», explicó Norma. La falta de evidencia sobre la caída de Eduardo alimentó las improbables esperanzas de que aún estuviera vivo. En la mesa de Navidad de ese año su familia puso un plato de más por si Eduardo aparecía intempestivamente. Norma asumió la muerte de su hermano después de aquellas fiestas tristes. «Me siento muy identificada con los familiares del Ara San Juan por la incertidumbre ante la falta de información oficial», comparó Norma. Su madre, en cambio, siguió esperando siempre la aparición de Eduardo. Hasta que el año pasado murió sin conocer la noticia de la identificación de su hijo.
Fuente diario 21tv